2/2/08

Cultura hip hop. Canarias, “zona bruta”

Diego F. Hernández*
El hip hop es la expresión de un arte callejero que en sus 40 largos años de historia ha traspasado fronteras más allá de su entorno natural para colarse en espacios públicos y privados como un fenónemo o corriente de masas donde la música, el graffiti, la moda y el baile convergen con otras manifiestaciones de las llamadas esferas popular y culta. Un estilo de cultura aglutinador, una forma de vida donde, al igual que en otras disciplinas artísticas, lo genuino se mezcla con lo banal, y la mercadotecnia y las pautas de consumo trastocan el concepto original y auténtico e incluso hacen perder rigor a la obra en sí. Al igual que ocurriera con otros fenómenos musicales que trascendieron su entorno para convertirse en conducta social, caso del movimiento hippie o del punk, el hip hop y otras prácticas derivadas de él afloraron en la sociedad contemporánea con una actitud contestataria, de rebeldía, con medios domésticos y lenguajes urbanos sobre los que se dibujaban, cantaban y bailaban, historias de lo cotidiano. Si a finales de la década de los años 70 del pasado siglo, los barrios marginales de ciudades como Nueva York encendían la llama de este movimiento, como gran amplificador de las inquietudes vitales y culturales de la comunidad afroamericana, en la actualidad su carácter es otro muy distinto. El componente visual y sonoro del hip hop, el graffiti y el rap son parte de una cultura reconocida y admirada, actividad que reivindica su raiz urbana, como lo demuestra que su territorio haya sobrepasado la condición de música de gueto, de sonidos de la baja cultura asociados a la delincuencia y a la marginación.

Su raiz musical conduce al funk y al soul, estilos sobre los cuales los cantantes comenzaban a declamar sus alegatos y discursos para, con el tiempo, prescindir de su rol de meros presentadores/conductores de los discjockeys y convertirse en protagonistas compartidos de una nueva música. La lírica y la técnica iban de la mano, y el hip hop es la disciplina que hizo del Dj, con el paso del tiempo, una figura de proyección social y reconocimiento artístico similar a la de los músicos profesionales y/o compositores. La búsqueda del break, el golpe rítmico sobre el que se hilvanan las bases de cada canción, el turtablisn, el scratch, son parte intrínseca del hip hop, elementos que distinguen a este estilo de sus antecesores, y marcan el principio de un nuevo lenguaje musical que rentabilizarán otros géneros con el paso de los años. El hip hop se caracteriza por su capacidad de asimilar ritmos de otras esferas de la música, en un viaje sonoro de ida y vuelta, del cual se han beneficiado estilos distintos en innumerables ejercicios de fusión, desde el pop, al rock, el jazz, la electrónica y hasta las llamadas músicas del mundo.

Con los años, el cárácter radical y transgresor de sus inicios se ha puesto del lado de la creatividad para beneficio de la comunidad de escritores de graffitis, discjockeys y productores, cantantes, bboys y breakers. El hip hop, y todo lo que representa, llegó a España de forma tímida a mitad de los años 90 cuando la furia del movimiento, en la esfera internacional, asistía a una renovación en el discurso literario y musical.

Más que un modismo importado, como cabría de esperar, los artistas de verbo fácil y de spray indisciplinado crearon sus fundamento desde su propio entorno. Así, ciudades como Madrid, Barcelona, Sevilla, Zaragoza y Las Palmas de Gran Canaria comenzaron a crear su propia escena, marcando el terreno con una impronta creativa que, con mayor o menor acierto, contribuyó a forjar una pose y estilo distintos a los que amplificaban sus hermanos de las barriadas lejanas. Madrid se encendía como el centro de la nueva movida del hip hop al abrigo de la edición de discos recopilatorios que aventuraban el principio de esta historia, y bandas que representaban el flow hispano. Grupos como El Club de los Poetas Violentos, con su Madrid, zona bruta, resume a la perfección el catálogo de estilo y referencia que daría cuerpo a un movimiento que ha salpicado sin distinción a toda la geografía nacional.

La condición de Canarias como “zona bruta” no es gratuita. Gran Canaria se sumaba a esta corriente de estilo con la aparición de colectivos de músicos y discjockeys que hacían bueno el incipiente “rimadero canario”. Antes de que surgieran eventos como el Urban Art Festival la tibia escena canaria se había venido moviendo entre nuevos colectivos de la capital grancanaria, Telde y San Bartolomé de Tirajana. La existencia del Urban, en el municipio de Ingenio, durante dos ediciones consecutivas sirvió no sólo de catalizador de la creación internacional, nacional y local, y como plataforma de interacción de artistas, sino para demostrar en sociedad que la cultura hip hop era más que grafismos sobre paredes y bandas de ropa ancha y poses provocativas o chulescas. Como ocurre con otros estilos musicales en Canarias, el hip hop no ha sido ajeno a los estrangulamientos del hecho insular, condicionamiento que los artistas han sabido sortear sin complejo alguno.

Así, las conexiones con artistas nacionales, las incursiones promocionales, las grabaciones, el circuito maquetero e internet fueron herramientas para generar una sinergia creativa de la que se aprovecharon muchas formaciones de distintos lugares de la Isla que, a su manera, cantaban a una ciudad desvertebrada que justificaba la existencia del colectivo de raperos casi por necesidad vital de expresión e integración.

De la calle a los grandes escenarios, de plazas de barrio, muros desvencijados y cuartos de ensayo, a plazas nobles y espacios museísticos. La obra de arte ocupa el territorio público para reivindicar la validez y sentido de su discurso. Colectivos como Focode, plataforma de cohesión de los centenares de grupos dispersos por la geografía canaria, con especial fijación en la isla de Gran Canaria, otros, como La Conexión del Este, y proyectos de alto calibre en el espectro nacional, como Alma Sin Dueño, son las mejores armas que defienden una escena ya vertebrada, seria y en continuo crecimiento.

Han tardado tiempo en mostrar su creación más allá del entorno habitual, pero es ahora cuando el hip hop y sus movimientos paralelos adquieren una dimensión mayor, y propuestas como la que presenta el CAAM, en el marco de la segunda edición del proyecto Distorsiones, Documentos, Naderías y Relatos, se antojan como instrumentos no sólo útiles para cruzar el potencial creativo de este movimiento con otras artes plásticas, visuales y musicales, sino como instrumentos para derruir, por si quedaba alguna barrera de por medio, las diferencias entre la cultura de masas, la alta cultura y la creación marginal.

Si en 7.1, primera parte de éste proyecto, la presencia de disjockeys y productores como Jotamayúscula, junto a bandas locales, propició que espacios como el CAAM abrieran sus puertas a un público que rara vez asiste a un museo de arte moderno, y que éste participara del cambio de roles, en 8.1 es otro productor y sobrado dj, Griffi --miembro de proyectos como Solo los Solo o Chacho Brodas, que entre otros ha dado una dimensión distinta al rap nacional--, quien recoge el testigo. Se trata de un autor que mantiene buenas relaciones con las grupos del Archipiélago y conoce cómo se manejan los creadores locales, de verbo fácil y rimas cortantes, a quienes basta un micro para convertirse en voceros de una generación a la que el barrio se les quedó pequeño hace años.
* Periodista, crítico musical y discjockey.
* Imagen: Graffiti de Sabotaje-almontaje en la fachada del CAAM para 7.1