3/7/07

Un imaginario híbrido y bastardo

Cristina R. Court*
El signo artístico, además de trasladar la destilación del peso de los sistemas simbólicos donados por la historia, está transitado por los conflictos emanados del vertiginoso proceso de globalización y neocolonización, las estrategias universales de resistencia, el impacto global del terrorismo indiscriminado, el desplazamiento y los dolientes flujos migratorios, e incluso por la reconfiguración sutil de la noción de exotismo.

El artista inaugura nuevas preguntas. Podríamos decir que aprende insólitas técnicas de construcción del yo. Se trata de una tarea en apariencia desmesurada pero que atraviesa inexorable la respiración de todos los géneros artísticos en el presente. Todas las imposturas del repertorio formal y conceptual se reproducen para violentar el canon de los egos monumentales sobre los que hemos devenido soberbia cultura.

En el viaje concreto del artista en el tiempo y el espacio insular se concitan además otras metabolizaciones simbólicas. El relato artístico en el presente se muestra desprejuiciado y contaminado por las “exigencias” de la libre circulación de información planetaria, en un escenario polarizado entre la homogeneización y la diferenciación identitaria de la condición insular y fragmentaria. Esta situación define las turbulencias del sistema archipielágico en dependencia histórica con los centros emisores de la reproducción del saber y la reglamentación de su imaginario.

Cuando el valor de la identidad se ha ido modulando por cruces, excepciones y modelos de pertenencia múltiples, las culturas se hibridan y mestizan. Esta es otra forma de reinscribir la experiencia artística en el espacio de lo insular. Resimbolizar supone estar “cercados por la mitología” pero también abiertos, en los bordes del océano, a poner en relación la diversidad de la que nos constituímos.

Hijos del mito greco-latino, del medievo y renacimiento ajenos, del violento mestizaje, la piratería y las cabalgadas, las hambrunas, la emigración, la geografía y otras encrucijadas, éste en verdad es un viaje singularizado que dota al artista insular de ese complejo peso, el imaginario atlántico, hallazgo nominal con autoría historiográfica. Imaginario atlántico que alude a una semántica inferida del tropismo y no sólo de la topografía. Un imaginario percibido históricamente ultraperiférico, como un más allá de la comunidad etnocéntrica.

Basta con desvelar el engranaje del laboratorio mercantilista de la Europa de 1492 en adelante, una suerte de concatenación de implacables máquinas acopladas, y que se configura como la alta ecuación de esta idea oscura, la plantación simbólica. Una lógica de control e interdependencia que nos sedimenta.

Sabemos cómo la contundente y eficaz ingeniería cultural ha situado en las exclusas del enunciado del canon artístico a sus criaturas bastardas a lo largo del tiempo. Y sabemos que la representación artística, la narración de esta excentricidad y esta tensión deviene poderosamente lugar de producción y de resistencia. Sabemos igualmente a estas alturas, que teníamos que metabolizar los nuevos discursos deconstructivos, poscoloniales, geopolíticos, que protagonizan la escena actual del arte y toda la pluralidad de enfoques en torno al cuerpo, lenguaje, territorio, identidad...

No hay vuelta atrás de este viaje. Tras esta travesía por los saberes se descubre la alteridad, el quebranto de las jerarquías, otra forma de mirar, interrogar y narrar al signo artístico. La filtración de esta ardua y delicada ecuación del entendimiento testimonian al artista insular, su navegación, acoplamientos y sus naufragios.

Estigmatizados como corsarios del botín del pensamiento binario hegemónico, se ha desmantelado su lógica, transgredido su ley para concebir otras categorías que narren el reclamo de otras perspectivas en el mundo contemporáneo. Estas ínsulas han gozado y padecido, como laboratorio de experimentación de la historia, una efervescencia de cruce de arquetipos culturales que ha posibilitado procesos artísticos muy singulares.

El imaginario atlántico entonces ya no se percibe como periferia sino como centralidad que emite discurso propio, viabilizando presencias antes excluidas, narraciones en los márgenes que se integran en la comunidad global. El signo artístico se inscribe en la trama de las conquistas, emergencias de identidades múltiples que no se combaten, sino se complementan en esta coexistencia intercultural. Y se inscribe además en esa concepción de relato eclosivo, rizoma de identidades o conciencia intercultural para la creación.

Sin embargo, conviene recordar que globalización quiere decir que nuestro disenso está integrado en la estrategia de reproducción salvaje de la retórica del poder. Quiere decir que el signo artístico de las ínsulas está atrapado entre tantas fuentes legitimadoras, la paradoja de encarnar la demanda de lo “exótico” que exige el orden del mercado para validar su aparente diálogo en la simetría. Habría que poner por tanto bajo sospecha la noción ingenua del “diálogo entre culturas”. El marco es el neoliberalismo y el paradigma artístico participa de su propia arbitraria tradición filibustera.

En fin, navegamos como imaginario atlántico en estas controversias, cuestionando la matriz telúrica, los modelos de pertenencia, los relatos de la singularidad, descubriendo múltiples enfoques de la realidad cartográfica. Afrontando nuevos códigos que atestiguan esta narración de la diferencia, del mestizaje y la hibridación, desde otras premisas que no consideren la arrogancia de creer que nuestro artefacto habla por el otro.

Los artistas de esta muestra 7.1 distorsiones, documentos, naderías y relatos nos trasladan historias paganas de hijos indóciles. Con una grafía formal consistente y esmerada. Fabulosos imaginarios híbridos, bastardos y epigonales que reconocen y no reconocen algún linaje y que soportan una suerte de pérdidas incesantes. Deudas de amor a la tradición y al futuro. También somos lo que hemos perdido, escucho al azar en Amores Perros, una película devastadora, como esta latitud de paso de los vientos. Somos herederos de todas las formas creativas del mundo, de su ritmo y densidad. Somos todas nuestras vidas.
*Escritora y crítica de arte. Vive en Las Palmas