2/2/08

Alberto García Domínguez

Esta instalación tiene lugar en una sala rectangular de grandes dimensiones que, al inicio del proceso expuesto, queda mayoritariamente vacía y donde el centro de máxima atención es una pequeña figura de hielo (la imagen de la Virgen de Fátima) iluminada por un foco de luz, el único de la sala. La figura reposa sobre un cristal apoyado en una estructura de metal a modo de mesa donde se ha adherido un pequeño conducto a través del cual se conduce a un cubo de plástico el agua procedente del inherente proceso de deshielo. Esta estructura queda centrada en el espacio mediante dos pequeñas torres de cubos de plástico iguales y vacíos apilados a ambos lados de la estructura y una escalera metálica abierta centrada en la parte posterior de la misma cuyo vértice apunta al foco que ilumina a la virgen situado en el centro. A este conjunto, que evoca a una mesa en su altar justo en el fondo de la sala, se suma la presencia de dos congeladores de tapa transparente en la mitad de la misma, donde constantemente hay siete moldes de silicona llenos de agua que muestran el proceso de congelación de las figuras que se exhibirán día tras día. Otros moldes de silicona listos para llenar de agua y congelar están apilados ordenadamente entre los congeladores y la mesa-altar.

A medida que pasan los días el espacio se irá llenando de forma arbitraria y por consiguiente la instalación completando, ya que la obra queda subordinada a los resultados de una acción simple, diaria y reiterativa: el deshielo de una figura de un elevado valor simbólico.
Cada jornada una nueva imagen de la virgen se extraerá del congelador, se sacará de su molde y se expondrá al proceso de deshielo sobre la mesa. El agua, caerá a través del conducto en un cubo que permanecerá en la sala, lleno de agua, hasta el final de la exposición al igual que el molde abierto y usado del que se extrajo la figura. Así día tras día, molde tras molde, cubo tras cubo se atestiguará el tiempo transcurrido desde el comienzo de la exposición. A través de la repetición diaria de la misma acción y de la acumulación de los “deshechos materiales” de la misma dispuestos de forma arbitraria en la sala, el espacio cobra sentido, el sentido del tiempo y de la acción, perdiendo su cualidad estética y estática de contenedor de imágenes perennes y sagradas, cualidad que tiene en común una iglesia y un museo.