3/2/07

Desde el coche

Por Saro Alemán*
Desde hace unos 15 años nos sorprenden las esculturas instaladas en las infinidad de rotondas de las carreteras de Gran Canaria, en especial en el sureste de la isla. Figuran en ellas tanto los grandes iconos, como el ídolo de Tara, las pintaderas o el drago como objetos cotidianos, bien sean unas escudillas de cerámica o una televisión. Hay un joven con una moto y evocaciones de la lucha canaria, de los oficios artesanos y varios temas costumbristas más.

Si la memoria no me falla, esta abundancia de representaciones se inició con la serie de tinajas tumbadas de la autovía de acceso a Telde de las que mana tierra volcánica para evocar un precioso fluido, quizás el agua, y que bien puede ser una alegoría de la riqueza de la ciudad a la que se dirige. Sin embargo, la mayor sorpresa acecha más arriba al rodear una tortuosa pieza tecnológica, quizás una estación galáctica o la visión futurista de una ciudad de perfiles puntiagudos. Los autores de estas piezas elocuentes imponen la obra por la contundencia de sus dimensiones y buscan fijar con fuerza, aunque no sin peligro para los automovilistas, la mirada de los conductores. Es como si hubiera una dura competencia con el tráfico y el aeropuerto, los centros comerciales y turísticos, las gasolineras…, esos espacios del anonimato que carecen de señas de identidad e historia, con un tiempo sin límites, lo que el antropólogo Marc Augé definió como no-lugares porque en ellos sólo se puede transitar: sin el habitar, no hay lugar.

Esta iconografía cuenta con la aceptación de una parte de la población que ejerce su derecho de no estar interesada en los lenguajes artísticos contemporáneos y de calificarlos de elitistas e incomprensibles. Pero la pregunta es por qué tantos responsables políticos son adictos a la elocuencia de una estatuaria que suele llegar a la caricatura y que ofrece una calidad ínfima tanto estética como en sus acabados, materiales y de escala.
La respuesta no sólo está en el viento pues, más allá de la buena intención de estos encargos hechos con dinero público, hay un claro mensaje: lo "nuestro" de estas piezas la entiende esa parte de la población, pero no es menos cierto que de ellas emanan unos poderosos efluvios kitsch.

En cualquier caso no se puede obviar que este tipo de operaciones de “lo nuestro” han tenido también aceptación tanto en fáciles soluciones arquitectónicas en los centros históricos como en los facsímiles de la arquitectura tradicional plantificados en los nuevos hoteles de las islas aunque, en estos ejemplos, se opera desde el pastiche.

Recientemente José Ruiz buscó el debate sobre el arte público a partir de esos horrores "bienintencionados" de la estatuaria de carretera. Su intervención es sencilla y consiste en montajes fotográficos de algunas rotondas con pequeños carteles donde escribe: "el arte público no es decoración"; "el arte público debe ser político, no politizado"; "la ciudad está llena de obras inútiles pagadas con dinero público" o bien "la isla se ha inundado de horrores bienintencionados". La reflexión de José Ruiz recurre al uso de la palabra para apropiarse de esas representaciones, alterar sus significados y provocar un desplazamiento al debate cultural sobre el arte público.

En el siglo pasado, y a través de diversos cambios lingüísticos y semánticos, la escultura pública rechazó la tradición ilustrada-académica que disponía las esculturas de materiales nobles y referencias alegóricas convencionales sobre un pedestal. Por ejemplo, esos monumentos a próceres de la patria que en la ciudad de Las Palmas tiene uno de sus mejores ejemplos en el de Fernando de León y Castillo, considerado el héroe de la isla a finales del S.XIX del que hoy, probablemente, muchos ciudadanos ignorarán su papel histórico y hasta desconocerán la localización del monumento en el Paseo de Chil en el lugar elevado desde donde mira el horizonte del Puerto de la Luz.

Son escasas las esculturas públicas realizadas desde los pasados años ochenta a partir de lo abstracto, lo geométrico y los nuevos materiales. La mayoría se disemina por el territorio o en torno a las vías de comunicación de la ciudad: la de Toni Gallardo que se asoma con suavidad a la autopista (G.C.1); Lady Harimaguada, de Martín Chirino, con su ventana abierta al mar en el acceso a la ciudad desde el sur; más allá, una figuración de la vela latina de José A. Giraldo…; y por último los encargos recientes para la circunvalación de Las Palmas y la rotonda y las laderas de La Minilla.

La infraestructura de comunicación más potente de la ciudad es la circunvalación que se inauguró en 2003. La importante operación técnica de túneles y puentes puso en uso nuevo suelo urbano, al tiempo que abrió otras puntos de vista sobre los bordes de la ciudad y de los fragmentos rurales que, en ocasiones, no es ni ciudad ni campo. Un rápido recorrido por la G.C.3 desde Piedra Santa a Tamaraceite con sus viales de penetración (que con rapidez se apodó el "microondas" por aquello de 2 minutos a Tafira, 5 a Tamaraceite, etc.) nos enseña la variedad matérica, formal y espacial de estas piezas que, en su mayoría, están en rotondas: una evocación de La espiral del viento de Martín Chirino en la del Secadero, que no tiene allí su mejor ubicación; el (des)encuentro de tres muros ciegos y curvos en Las tres culturas, que construye Gregorio González; una torre alta, la Vigía, de Miquel Navarro, es una pieza de sus instalaciones urbanas; la Puerta sin puerta, de Juan Hidalgo, es una estructura metálica que poetiza lo simple, el largo, el ancho y el alto, mientras que la complejidad estructural del Doble Giro (hormigón y bronce) de Manolo Gonzalez abre los brazos a los conductores; por último, Moebius, de Juan Correa, a la entrada del túnel de Pico Viento, destaca por la noche con una fibra óptica.

Algunas de estas obras se trabajan desde elementos arquitectónicos, el muro, la estructura, los materiales, la escala… En ese sentido, la relación dialéctica entre arquitectura y escultura, sin duda de larga tradición histórica y que ahora denominamos arquiescultura, se construye en dos piezas cercanas en La Minilla. La primera, en la rotonda con La Fuente de desarrollo horizontal de Juan Correa. La segunda es la adecuación paisajística de las laderas (Pescador, Casas y Mirallave) donde se levanta una estructura metálica que evoca la antigua casa de la finca y alberga la forma dinámica de la Sabina de José A. Giraldo.

La ciudad actual es un fenómeno complejo con carencias importantes ligadas a la segregación social, espacial y económica. Tiene que ser algo más que la suma de vías de comunicación, urbanismo, arquitectura, centros comerciales, centros históricos, mobiliario urbano, publicidad y debe pensarse en un concepto de arte público que trabaje en la línea de recuperar lo "artístico" de la escultura, la jardinería y la arquitectura para la creación de espacios ciudadanos. Es necesaria la estética contemporánea pero, también, la identidad cultural para que "algo tenga lugar". Por aquí retomo, sin su permiso, los letreros de José Ruíz para contrastarlos con las otras piezas que introducen ciertas significaciones en la nerviosa circunvalación y sus ramales.
*Profesora de la E.T.S. de Arquitectura de Las Palmas de Gran Canaria