2/2/08

En torno al cómic. Mirar y leer (Minimanifiesto)

Rayco Pulido*
Es una constante, en toda “historia respetable” del cómic, la búsqueda de un origen noble que establezca vínculos con unos lejanísimos antecedentes culturales: pinturas rupestres, jeroglíficos egipcios, cerámica griega, Columna Trajana de Roma, Biblia Pauperum de la Edad Media, Tapices Bayeux...

La narración gráfica y la secuencialización de imágenes nacen como instrumento de supervivencia, es la primera herramienta compleja de comunicación; los dibujos nacen para representar y, al combinarlos, cuentan historias y acaban transformándose en caracteres más o menos abstractos que articulan un lenguaje.

Estos referentes azulan la sangre pero tienen escaso valor científico, ya que uno de los valores específicos del cómic reside en su naturaleza como medio de expresión de difusión masiva que se vehicula gracias al periodismo a partir del S.XIX y no antes, pues fue precisamente a finales del S.XVIII, durante la era de plenitud del capitalismo industrial, cuando mejoraron las técnicas de impresión que permitieron una buena calidad en la reproducción masiva del dibujo, popularizándose entonces la novela ilustrada, el cartelismo y, sobretodo, uno de los factores clave para el posterior surgimiento del cómic: la viñeta en periódicos y revistas satíricas. Es aquí donde, poco a poco, los caricaturistas empiezan a desarrollar un lenguaje narrativo que va un paso más allá de la ilustración; comienzan combinando dibujo con un pequeño pie de texto, en poco tiempo aparecen los primeros bocadillos y, más tarde, Töpffer (en 1829 según la “versión oficial”, pues la historia del cómic está repleta de espacios turbios) decide dividir en viñetas el escaso espacio disponible introduciendo la secuencia, aunque ya sin bocadillos, con unas didascalias al pie.

En otras palabras, la verdadera novedad del cómic no es la secuencialización sino su adecuación a un soporte masivo impreso, los decisivos factores formales derivados de los condicionamientos del espacio disponible y su consiguiente administración estética, cuyo resultado es un lenguaje basado en la economía. Las decisiones tomadas sobre cómo condensar la información, y la manera de organizarla, para contar una historia es la esencia del cómic. En la mayoría de medios se escoge cuánta información incluir y cuánta dejar fuera, la diferencia en el cómic es que es éste un medio que trata, inherentemente, de condensación.

Es un arte más preocupado por la composición que por la expresividad visual. Lo que tienemos es una serie de dibujos estáticos (y texto, la mayoría de las veces) combinados para narrar una historia con tantas capas de lectura como el talento del autor se capaz de dar y tantos análisis como el compromiso del lector pueda asumir. El dibujo define el ritmo de la lectura, debe transitar por la fina línea entre transmitir un elemento “real”, reconocible, del mundo dónde vivimos, y crear una imagen icónica suficientemente simple para moverla con efectividad por la página como elemento del lenguaje del cómic. La línea como proyección de la experiencia. De esta forma, las imágenes funcionan como caracteres ordenados deliberadamente para formar conceptos.

A menudo se define el cómic como la combinación entre prosa e ilustración, sin embargo es un medio autónomo y, si tuviéramos que acotarlo en función de otros medios externos , poesía y diseño gráfico parecen más apropiados. Poesía por el ritmo, el uso de la metáfora visual como concepto y, sobretodo, por la condensación. Diseño gráfico porque la historieta, lejos de ilustrar, trata de establecer estrategias "invisibles" que guíen el movimiento ocular del lector (dirección, tiempo e intensidad) a través de las formas en la página. Cómic y poesía comparten el uso de un número limitado de símbolos que generan significados con ayuda del lector (McLuhan los englobaría dentro de los “medios fríos”), exigiéndole que rellene los huecos con imágenes procedentes de su memoria. El espacio entre viñetas se denomina “gutter”, es un espacio blanco pero no vacío, cargado de memoria (la del lector) donde se administra lo que no vemos pero tenemos la certeza de que ocurre, tan importante como las viñetas que lo rodean ya que, juntas, completan su significado.

Así definía Peter Smithson el arte pop en 1957: “Es popular y destinado a un público amplio, pasajero y efímero, fácil de consumir y de olvidar, barato, producido en serie, joven y querido por la juventud, espiritual, sexy, llamativo, simpático, un negocio redondo”. Bajo ésta definición casi podríamos englobar todo el cómic anterior a los 60, momento en que tienen lugar el nacimiento del cómic underground americano. Depender del consumo masivo hace que la historia de los cómics sea, en su mayor parte, una historia de mediocridad, una eterna adolescencia. Será Lichtenstein quien pase del expresionismo abstracto a pintar brochazos deconstruidos y, más tarde, a repintar viñetas extraídas, aísladas, de los cómics. La ruptura de la ilusión, el enfriamiento de una imagen fuera de su contexto genera nuevas expectativas y convierte en arte aquello que ¿no lo era?
El cómic es sólo un medio, con sus puntos fuertes y debilidades, una herramienta artística tan buena como los artistas que la practican, y con un fuerte bagaje negativo como “medio basura” (la fotografía y el cine también estuvieron una vez dentro de éste grupo) de moda en el discurso cultural contemporáneo que aún no ha encontrado la forma de exponerlo e intregrarlo al circuito “oficial” (museo-mausoleo) en su forma “pura”. En cómic, el original (la página dibujada) es un residuo, forma parte de un proceso que termina con la mecánica de imprenta y su circulación en el mercado. El “objeto artístico” es el libro impreso, la página de periódico, la web (si es un e-comic), por ser aquello que entra en contacto con el público.

Apostar en serio por el medio cómic y sus autores, lejos de colgar páginas de las paredes de los museos, supone dotarlos del espacio y los recursos necesarios para desarrollar, publicar y distribuir su obra de manera independiente (económica e ideológicamente). Potenciar secciones de cómic en las bibliotecas públicas, aprovechar su capacidad didáctica en las aulas y darle un reconocimiento mediático adecuado más allá de las múltiples adaptaciones cinematográficas. Un paso significativo es la reciente creación del primer Premio Nacional de Cómic, pese a que su dotación económica es la mitad que el de las letras, las artes plásticas o el circo... Lo que me hace pensar si estaremos considerados como medio escritores, medio artistas o... ¿medio payasos?
* Dibujante de cómic.